A pesar del «prejuicio» que se tiene respecto a la ira por considerarla una «emoción negativa«, la ira es una emoción normal que hay que aprender a gestionar como el resto de las emociones.
Si dejamos que nuestra ira nos haga explotar y no la gestionamos correctamente, nos afectará pudiendo perjudicar nuestra salud física (aumento de la tensión arterial, sudoración, taquicardia, etc.) además de la mental debido a los pensamientos negativos posteriores sobre cómo hemos reaccionado. Asimismo, también puede perjudicar a nuestro entorno, especialmente a la hora de relacionarnos con otras personas.